Ese lugar donde una vela ancorvada no se derretia, la llama inquieta enfriaba, las ropas ligeras sobraban, el blanco puro oscurecía, la tierra descalsa cantaba, el camino empedrado se borraba, la noche escrbia poemas y la luna los declamaba; ese lugar, donde el cielo estaba bajito, los ojos no parpadeaban, el corazon no necesitaba latir, las huellas eran imborrables, todas las estrellas eran fugaces y el papel escribia sobre el lapiz; ese lugar donde por primera vez oí tu silencio, corté uno a uno tus petalos, escondi mis ojos detrás de tu pecho, deslizó mi sudor por tu espalda, las imágenes pasaban en cámara lenta, el calor congelaba la sangre, tu sonrisa endulzaba al viento y nuestros cuerpos alzaban el vuelo. Ese lugar, donde hasta mis libros se despertaban para saber lo que yo escribía mientras ellos soñaban; ese lugar del que sólo tú y yo sabemos.